Mensaje
El cuidado de los ancianos
Aunque hayan perdido la razón, el tacto, la caricia, el abrazo, la compañía se siente, se vive y al igual que un bebé vive y siente, el anciano que no reconoce a nadie es sensible a todo y lo vive.
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 19/1/2019 - 12:00 am
Es ley de la vida.
El organismo humano, mente y cuerpo se va deteriorando, desgastando.
Poco a poco, los músculos, las articulaciones se van atrofiando.
Los sentidos van disminuyendo, sobre todo la vista y el oído.
La memoria va fallando.
Todo se hace más lento.
Empiezan los actos torpes, como no atinar en tomar bien los alimentos, a mancharse la camisa por lo que no se logra tomar, y en casos también comunes no se dominan los esfínteres.
La persona puede ir perdiendo la noción de dónde está.
Es fácil que se desubique.
Que no sepa ni el día ni la hora.
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Y en casos extremos perder el conocimiento de quiénes son sus seres queridos.
Ya conocemos los estragos de esa enfermedad tan estudiada hoy y que se ha extendido como una epidemia por el mundo entero.
Y no es que no existiera antes.
Lo que pasa es que como hoy vivimos más años, da más tiempo para que aparezca.
¿Y qué hacer?
Primero, tomar conciencia de que la persona siempre está.
Su identidad personal subsiste.
Su alma es la misma; no se ha deteriorado, porque no es material.
Su espíritu, por el que se comunica con Dios está ahí.
Su ser interior no ha sido alterado esencialmente.
Sigue siendo hijo de Dios.
Con su misma dignidad y derechos.
Recordar que si es familiar, padre o madre, tíos, o hermanos mayores, todo lo bueno que han hecho queda.
Esa página de servicio y amor, de haberse dado a los demás, está intacta.
Nada la puede borrar.
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Segundo: ser agradecidos por todo lo que hicieron con nosotros y responder de la mejor manera en su cuidado.
Saber que en cada anciano o anciana está Cristo Jesús, y como la vejez es una enfermedad e irremediable, recordar que Jesús nos prometió el cielo por haber atendido a los enfermos.
Y que hay un cuarto mandamiento de la ley de Dios que nos pide y ordena respetar, atender, cuidar a los padres, a papá y mamá.
Tercero, poner todos los medios posibles para que su atención sea la mejor y que su vida, sus últimos años sean de calidad.
Brindar los auxilios médicos y espirituales adecuados y algo que es fundamental: demostrarles cariño, ternura, amor.
Aunque hayan perdido la razón, el tacto, la caricia, el abrazo, la compañía se siente, se vive y al igual que un bebé vive y siente, el anciano que no reconoce a nadie es sensible a todo y lo vive.
Y recordar que así como quisiéramos nos trataran en la ancianidad, hacerlo también con nuestros viejitos, porque en ellos está Cristo.
Y con Él somos invencibles.
Monseñor cmf.
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