La boca de la verdad y el oído de la mentira
En el Palacio Ducal de Venecia, en una de las cámaras en las que se institucionalizaba el fuego de la tortura, abanicado por el poder autoritario.
Arnulfo Arias Olivares.
En el Palacio Ducal de Venecia, en una de las cámaras en las que se institucionalizaba el fuego de la tortura, abanicado por el poder autoritario, había un pequeño buzón llamado "la boca de la verdad", que data del año 1618. Allí, bajo la cobardía temerosa del anonimato, o bajo la astucia fría de la conspiración, se depositaban denuncias de toda clase, para que se procesara a los culpables inocentes, la mayor parte de las veces.
De ser condenado, en forma expedita la mayor parte de las veces, se le conducía al reo con una guardia armada a través de una puerta diminuta para cruzar luego el infame "puente de los suspiros", en la cual dos ventanas diminutas colaban lo que, muchas veces, serían los rayos de sol que verían por última vez los condenados, que eran conducidos a las cavernas húmedas y oscuras de los calabozos inhumanos del palacio.
Esos reos, y su fatal destino, parecían las sombras conducidas en la barca de Caronte a través del inframundo que nos relata Dante. Hoy, se puede uno pasear amenamente en una góndola bajo el infame puente, sin sospechar los gritos del pasado que salían por las diminutas ventanas enrejadas, mientras entraba en ellas la penosa luz del último sol de quienes eran condenados.
Ese tipo de torturas crueles, que nacían de las torcidas mentes de políticos corruptos, enviciados de poder, encontraban el respaldo de una población sin andamiaje cívico, sumisa por virtud de la ignorancia. La desviación del poder público sólo puede darse allí donde la columna vertebral que sostiene los gobiernos, y que está compuesta por los gobernados, adolece de defectos en su formación moral, como una especie de escoliosis que sólo se endereza con el diagnóstico temprano y la terapia dolorosa de quienes la sufren.
Así como cargamos todos, al decir de Jung, una sombra portadora de todo tipo de maleficencia y desviación moral, también las sociedades tienen una; y quienes gobiernan, muchas veces, no sólo la personifican sino que son la proyección oscura y colectiva de los asociados. Por eso, más que quejarse del gobierno que se tiene, se debe uno mirar primero en el espejo matinal que nos anuncia una verdad terrible: sabemos gobernarnos a nosotros mismos. La advertencia de "conócete a ti mismo" que adornaba los dinteles del Templo de Apolo en Delfos, también constituía el reto de encontrar y dominar la parte oscura que hay en uno mismo, en vez de sólo reprimirla y criticarla. Saber que en todo corazón del hombre se enrosca una serpiente venenosa, predispuesta hacia el ataque desde que se ve empoderada, o más bien desde que se ve electa, nos hará entender mejor las aguas movedizas o el estanque sucio que todos compartimos con los gobernantes.
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