Panamá
La grandeza de la última cena
Cada vez que se celebre una eucaristía en el mundo, allí estará Cristo, su alma, su cuerpo, su sangre y su divinidad. Él se va pero se queda.
- Monseñor Rómulo Emiliani cmf
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- - Actualizado: 01/4/2024 - 12:00 am
Jesús se siente triste porque ya le queda poco tiempo para morir. Está en la plenitud de la vida, treinta y tres años, y los poderes de aquel tiempo no pueden resistir ver tanta inocencia, tanta verdad en sus palabras, tanto poder divino para sanar, echar demonios, resucitar muertos, multiplicar los panes, convocar multitudes, revelar verdades, y por eso deciden matarlo.
Satanás ha movido el corazón de los envidiosos, amantes del dinero, soberbios de la fama y del poder, para buscar la manera de eliminar al maestro. Y logra que estos señores engañen al pueblo y que crean que Jesús es un blasfemo, comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores, promotor de levantamientos armados, al extremo que los mismos que recibieron a Cristo en Jerusalén con ramos y vítores, pidan su crucifixión a los pocos días.
Y Jesús se va a despedir de sus entrañables amigos, sus discípulos, en una cena, momento íntimo donde la comida es la manera de compartir sentimientos profundos de amistad, simpatía y fraternidad. ¿Y cómo hace? Pues utilizará su poder divino para realizar un acto de amor único, sublime, trascendental: el pan y el vino que están en la mesa se transformarán en su cuerpo y en su sangre, en su propia persona, y al darles de comer y beber, los discípulos recibirán la misma persona de Cristo. En ese momento, Jesús está frente a ellos presidiendo la cena, y también en sus corazones, en sus personas. Milagro de amor. Jesús se va de este mundo, pero se quedará para siempre.
Cada vez que se celebre una eucaristía en el mundo, allí estará Cristo, su alma, su cuerpo, su sangre y su divinidad. Él se va pero se queda. Es como alguien que se despide por mucho tiempo de un familiar, de un amigo, y le deja un recuerdo, algo significativo, como un libro suyo, un rosario, un bolígrafo. Jesús se va físicamente, pero se queda de otra manera, espiritual pero real, auténtica. Esto es hermoso. Todo su ser en la Eucaristía.
En realidad es un momento tenso, porque en el ambiente se siente que están los enemigos de Jesús tramando algo malévolo, siniestro, diabólico. Pero al mismo tiempo, al comulgar la presencia real de Jesús, su cuerpo, su alma, su sangre, su divinidad, la alegría es inmensa, sublime la experiencia, se transportan todos como en un éxtasis al cielo mismo, y saben que Cristo está con ellos íntimamente y para siempre. Y se instituye la Eucaristía como sacramento y el sacerdocio como el medio que el Señor elige para que se dé ese milagro continuamente.
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