Epicentro
Sobre el presente y su importancia
Torturarse como inquisidor por todo aquello que se ha ido ya, resulta tan inútil como llenar de agua un recipiente con un hueco.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 11/5/2021 - 12:00 am
Las enseñanzas más profundas de la vida están allí donde uno quiera hacer esfuerzo franco de encontrarlas. La Biblia, por ejemplo, siempre es una fuente vasta y cristalina de enseñanza indisputable. Como aquel pasaje que nos viene a revelar como la esposa de Lot, al mirar hacia el pasado, se convierte en una estatua inmóvil.
Una advertencia clara para todo aquel que se resiste a continuar con la mirada fija en un propósito determinado y que trabaja hoy para el futuro, con los pasos orquestando cada cual ese camino; si no, simplemente nos paralizamos, nos convertimos en estatuas de la inercia.
Para el individuo, en términos emocionales, es prudente salirse del estancamiento de las aguas del pasado, donde las corrientes frescas de ese hoy no correrán jamás. En una de sus sabias enseñanzas, Buda nos invita a hacer algunas reflexiones sobre las verdades únicas de aquello que llamamos el presente. Demuestra claramente falsedades del concepto del pasado y del futuro, y hace que la reflexión se aferre únicamente en esa roca fija presente.
Buda nos pregunta ¿qué será el pasado para aquel que rema río abajo en una barca? Posiblemente el curso de lo recorrido, siendo entonces su futuro lo que aún está por recorrer.
Pero, ¿para aquel observador que desde lo elevado de algún sitio mira el recorrido lento de esa barca, y puede al mismo tiempo ver el trecho recorrido y el que está por recorrer, no sería todo eso acaso simplemente parte del presente? ¿Cuál, entonces, es pasado y cuál, entonces, es futuro? La simple realidad es que solo hay un presente y que, desde lo elevado de la reflexión individual, se puede contemplar.
La estatua en la que se convirtió la esposa de Lot no representa sino el símbolo de la persona que, inoculada por ese veneno de la irreflexión que aturde y paraliza, contempla solo su pasado, deteniendo su marcha inútilmente, sin avanzar hacia el futuro y prisionera de la inercia de lo que se fue por siempre.
El único concepto real, para uno y para otro, es nuestro presente, que será tan amplio o tan estrecho como el sitio mismo desde el cual la mente lo contempla. Para el pensador agudo, elevado en su razonamiento, no hay pasado, no hay futuro, solo prevalece el hoy de su existencia.
Torturarse como inquisidor por todo aquello que se ha ido ya, resulta tan inútil como llenar de agua un recipiente con un hueco. Y no nos referimos, por supuesto, a esa sana reflexión que es la maestra que corrige los errores, ni tampoco a esa irreflexión alegre y disipada de vivir sin resguardar para el mañana, sino más bien hacemos alusión a esa tendencia cruda de vivir atormentados por aquello que ya no tiene algún remedio, o revivir en el ahora las heridas del pasado que visiblemente habían sanado ya.
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Vivimos, pues, al ritmo de ese corazón que nos tamborilea el paso y que, como un reloj de diapasón, solo marca los instantes que se viven, sin adelantarse todavía a lo que se ha de recorrer.
Abogado.
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