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¿Crepita el sol?
Ariel Barría Alvarado - Publicado:
Comentaba en la pasada columna sobre el hambre, hambre en su interpretación ortodoxa y hambre intelectual, y decía que esta última es consubstancial al hombre, fundamental, necesaria.Dije eso el domingo, y, averiguando luego sobre la biografía de Posidonio, doy con una palabra que resalta, aunque resulte poco usada: “polímata”.En todas las culturas han existido personas con hambre de conocimiento, como los antiguos filósofos, para quienes el conocimiento común, el saber lo evidente, no era satisfactorio.Siempre querían más, y por tal razón no se limitaban a una ciencia específica: aspiraban a saber todo sobre todo.A esas personas se les reconoce como “polímatas”, sobre la base de una expresión griega que significa “el que sabe mucho”.Así se califica al heleno Polidonio, “el más sabio de todos los filósofos de mi tiempo”, según Estrabón, geógrafo e historiador muy destacado en los años del siglo primero antes de Cristo.Tal vez hoy nos parezca que esa es una meta inalcanzable, y en verdad una vida es muy corta para avanzar siquiera en el intento.Pero, hablando de aquellos siglos donde el mundo era más pequeño y los conocimientos sobre él y sus cosas eran tan limitados, la sola intención ya era notable.La vida de Posidonio constituye un buen ejemplo.Dicen los biógrafos que las buenas relaciones de Posidonio con el Imperio Romano le atrajeron el favor de sus cónsules, ganándole oportunidades para viajar en pos de los conocimientos que buscaba.Apodado “El Atleta”, Posidonio anduvo mucho, hasta los confines imperiales, reconociendo naciones cuyas referencias en Atenas o en Roma estaban cinceladas por referencias concretas, pero iluminadas por la superstición y la leyenda.Así, andando y andando, llegó a la remota Hispania, y de lo que vio fue dejando testimonios escritos, los que luego serían citados por otros sabios, si bien los originales se perdieron irremisiblemente.De todo procuró saber Posidonio: de la Tierra, sus medidas y sus estructuras; del orbe y sus asientos; del hombre y sus pensamientos; de la humanidad y sus conductas.Pero insisto: eran otras épocas en la que todo estaba por inaugurar, y las que hoy solo comprendemos contextualizándolas.En su libro de trabajo, Posidonio llevaba varias ideas por comprobar, varios conocimientos por adquirir; uno de ellos era la influencia de la Luna sobre las mareas, algo que ya se sospechaba.Y entre sus fines, lo que me motivó a ampliar mi información sobre la vida de este polímata fue su intención de comprobar, en las costas de Cádiz, si era cierto o no que el Sol chisporroteaba al hundirse en las frías aguas del Atlántico.Vista hoy, esa curiosidad puede parecer risible, pero apelo al contexto nuevamente.Solo comprobándose podría tal creencia rebatirse o confirmarse.Y por esas costas estuvo “El Atleta”, realizando sus verificaciones in situ, mientras iba mirando en todas direcciones, incluso hacia sí mismo.¿Cómo conocer el cosmos si ignoramos quiénes somos?Suelo imaginar que en siglos venideros, cuando se escriba sobre los polímatas de hoy, alguien encuentre jocosa las actuales elucubraciones nuestras sobre el tamaño o el origen del universo, y el envío de sondas para fotografiar más de cerca los cuerpos siderales.O bien nuestras teorías sobre la conducta humana.¿Brillará quien destaque en nuestro hoy como destacó Posidonio en el suyo? Creo que sí.Quizás hasta merezca la distinción hecha al griego inquisidor, cuyos méritos le merecieron que se bautizara con su nombre un cráter de esa Luna a la que él tanto observó, buscando disipar sus misterios.Y alguien recordará que ahora sabíamos tan poco.Que la palabra te acompañe.