Guillén a ritmo de son
Nicolás Guillén debe ser el escritor en español, al que más le han musicado sus poemas. Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla y los hermanos Eliseo y Emilio Grenet le pusieron música a "Motivos de son". Cuatro compositores coetáneos, que seguramente coincidieron en algunas de sus actividades musicales en La Habana. “Motivos de son” habla el acento del negro cubano, una prosodia caribeña que a veces le suena jocosa al oído continental. Se dice boluntá y no voluntad, cueppo y no cuerpo. En los versos de "Motivos de son" hay poca onomatopeya, en el poema “Si tú supiera…”, por ejemplo, pero Guillén sí se da gusto con el apócope, quizá porque la palabra truncada es un elemento más rítmico y sonante: “etá to” y no está todo, “Bito Manué” y no Víctor Manuel, “Caridá” y no Caridad. El folklorólogo cubano Fernando Ortiz se expresa así de “Motivos de son”: “Los versos de Guillén no son folklóricos en el sentido de su originalidad pero lo son en cuanto traducen perfectamente el espíritu, el ritmo, la picaresca y la sensualidad de las producciones anónimas. Pronto esos versos pasarán al repertorio popular y se olvidará quizás quien sea su autor. Y acaso este sea el mérito mayor de su obra: ¡apoderarse del alma popular como nacida de ella misma!”.
El poeta francés Stéphane Mallarmé se sorprendía de que alguien le pusiera música a sus poemas, porque, según él, ya los poemas llevaban su propia música, pero tuvo que retractarse de su presunción por lo menos una vez: cuando escuchó el “Preludio a la siesta de un fauno” de Debussy. Por el contrario, a Nicolás Guillén, que los compositores le pusieran música a sus poemas, desde el principio le pareció normal y hasta le agradaba. Es un terreno delicado, porque la música y la poesía suenan, pero suenan diferente. Un poeta, no recuerdo cual, dijo que la poesía es música y como tal no se piensa sino que se siente.
Guillén bailó en “La Cabane Cubaine” —un club nocturno de Montmartre en París—, el “Negro bembón” que compuso Eliseo Grenet. Recrear el barullo de aquellas noches de juergas distantes, en el París bohemio de 1930, es fácil cuando escuchamos la música: la introducción del piano, la trompeta con sordina, la marímbula, y la voz de Enrique Santiesteban. Nicolás Guillén baila y canta unos versos que, como auguró Ortiz, nos pertenecen a todos: “te queja todabía, negro bembón; sin pega y con harina, negro bembón, majagua de dri blanco, negro bembón, sapato de do tono, negro bembón…”. "Poesía mulata", diría Octavio Paz, "para cantar, bailar y maldecir".