Las fotos de la orgía
Toda esta visión grotesca le producía mucho asco y una tristeza muy grande que lo deprimía y se prometía romper...
Las fotos de la orgía
La buscó con esmero, pero no la encontró. No estaba en su armario, ni debajo de la cama, ni en ningún otro sitio del pequeño apartamento. La Kodak instamatic X-15 de Máximo Amores había desaparecido, pero el rollo de película no estaba en la cámara el día del hurto. Por su contenido de poses explícitas y sexo oral, Máximo Amores lo había sacado para revelarlo en el negocio de un amigo. El día que le dieron las fotos de la orgía las enseñó con desfachatez y sigilo, como se muestran las revistas Playboy los adolescentes. Luego las guardó en la gaveta de su mesilla de noche y solo las sacaba cuando la soledad y el tedio propiciaban la masturbación. Al terminar volvía a guardar las fotos en su mesilla de noche y se acostaba a pensar y a desempolvar recuerdos. Una vez le vino la memoria del escritor que se jactaba de practicar el onanismo con reproducciones de arte de un diccionario. Así, decía el bardo criollo, memorizaba el nombre de las obras y de sus personajes. A punta de pajas. Lo que no le entraba por la cabeza de manera natural le entraría por el pene de manera manual. Un perfecto cefalófalo: un animal con la sesera en el falo.
Máximo Amores se imaginaba al escritor con una mano frotándose y con la otra sosteniendo la imagen de la Venus de Milo, la Venus mutilada, la Venus sin brazos; o la Victoria alada de Samotracia, sin brazos y sin cabeza; o el torso de Belvedere, sin brazos, sin piernas y descabezado; la Venus, la Victoria de Samotracia y el torso de Belvedere chorreando semen, las páginas del diccionario manchadas y pegadas con el líquido viscoso y el olor a cloro entre los dedos untados de esperma como si fuera clara de huevo. Toda esta visión grotesca le producía mucho asco y una tristeza muy grande que lo deprimía y se prometía romper las fotos de la orgía, pero no lo hacía.
Cuando se casó, su primera hija, con casi tres años, encontró las fotos y jugando con ellas dijo: «mami, mami, mira, papá, papá, aquí», señalando con su diminuto índice la cara absorta de su padre, pero sin prestarle ninguna atención a la desnudez y al apareamiento de los cuerpos que de inmediato encolerizaron a su madre. El ingenuo hallazgo casi termina en divorcio pero Máximo Amores supo defenderse con esquivo inusitado, fingiendo una indignación que pudo más que las pruebas irrefutables de aquella noche de desenfreno y con el tiempo todo quedó en el olvido o como mucho en un mal recuerdo para la esposa.