Aterrizando en Tocumen
Nos detenemos en el primer inodoro, a Dios gracias cercano. No hay jabón ni papel toalla. Welcome to Paradise, qué pena.... Se converge un grupito de maleteros frente a los carritos. El cristiano le extiende un billete de veinte. "La máquina no da cambio". Introduce tres billetes de uno, le entrega quince y el carrito al gringo. "Faltan dos dólares". "No, no, yo le di 17".
Ya no pueden culpar a Martinelli ni Varela, permanece la desidia, la falta de cariño al pasajero en el cacareado Hub de las Américas. Foto: Archivo. Epasa.
Fue uno de esos viajes blitzkrieg, término alemán que significa guerra relámpago, el nombre popular que recibe una táctica militar de ataque que implica un bombardeo inicial, seguido del uso de fuerzas móviles atacando con velocidad y sorpresa para impedir que un enemigo pueda llevar a cabo una defensa coherente.
En pocas palabras, un viaje expedito. Veni, vidi, vici.
A través de la ventanilla del asiento A, que ocupa el lado izquierdo de la aeronave, diviso a lo lejos, en la incipiente bahía de Panamá, una flotilla de naves, embarcaciones desordenadas de diversos tamaños y tipos, así como cuando se voltean los dominós al final de una partida, sobre la mar obscura en nublados cielos, típicos de la temporada.
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A mi lado, una pareja de gringos de Connecticut, quienes visitan a amigos jubilados, no cesan de exclamar "¡Ooh la la!", como si de franceses se trataran, en admiración al divisar la silueta de los rascacielos de la tercera ciudad con mayor número de ellos en el continente, rascándole las pezuñas a Nueva York y Chicago, porque el edificio más prominente de Hartford, su capital estatal, ya mayorcito en términos istmeños, con unos 35 años, la "torre" City Place I cuenta con 38 pisos, algo medianito para Ciudad de Panamá.
Me guardé el secreto a propósito.
Ellos de seguro vislumbraban una aldea, siendo su primer viaje a la América Latina, porque a lo largo de su educación, ambos licenciados, en sus escuelas, se perfila todo aquello al sur de su país como una extensión de Pancho Villa, alcoholizados barrigones y bigotudos caracteres, símiles a los caudillos de las guerras de independencia, no muy lejano de lo que espeja nuestra asamblea.
Y es que los ciudadanos y mojados residentes hispanos en su estado reflejan, en su mayoría, elementos de los más bajos estratos económicos de nuestro continente, obligados a migrar por la pérdida de esperanzas del desorden latino.
Una vez aterriza la aeronave de American Airlines, se muestra rodeada por el cáncer de Copa, decenas de refulgentes aviones de última generación.
Durante el trayecto hacia la manga del portón, les explico que se trata de una aerolínea que valora el servicio en momentos cuando los pasajeros aéreos son tratados como ganado, algo así como en un pasado no lejano, al viajar con saco, corbata y sombrero, se escuchaba el pop del abrir de botellas de champaña.
La aerolínea que el año pasado ganó el galardón como #1 en puntualidad a nivel mundial.
Corta fue mi alegría y mi orgullo.
El caballero, que sufría de problemas en su rodilla izquierda, dolores, traqueos o gajes del oficio de la tercera edad, llevaba a manos un pesado obsequio para sus anfitriones, en adición a su maletita de rigor, también pesadita, porque ya las aerolíneas se dieron cuenta que resulta lucrativo cobrar por la segunda maleta y se pusieron todas de acuerdo, como suele suceder, para generar ingresos adicionales.
Por supuesto, me ofrecí para cargar el corpulento regalito y acompañarlos a inmigración.
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A American Airlines o le tienen castigada, o paga muy poco por derechos de aterrizaje.
La aeronave se estaciona casi al final de la terminal, acamellado camino.
Nos detenemos en el primer inodoro, a Dios gracias cercano.
No hay jabón ni papel toalla. Welcome to Paradise, qué pena.
Al salir nos espera sonriente su pareja para el largo trayecto cojeando, divisando angustiosamente los senderos móviles en medio del pasillo, ninguno operante, desde hace años.
Ya no pueden culpar a Martinelli ni Varela, permanece la desidia, la falta de cariño al pasajero en el cacareado Hub de las Américas.
¡Trágame tierra!
Veinticinco minutos después, llegamos a Aduanas.
Se converge un grupito de maleteros frente a los carritos.
La rodilla del cristiano parece no dar más.
No sé si necesita del carrito, pero sí de un punto de apoyo.
¿Cuánto vale el uso del carrito?
Uno de los del grupo, con un rollo de billetes a mano, riposta "tres dólares".
El cristiano le extiende un billete de veinte.
"La máquina no da cambio".
Introduce tres billetes de uno, le entrega quince y el carrito al gringo.
"Faltan dos dólares". "No, no, yo le di 17".
' Welcome to Panama'.
Líder empresarial.