Dios y la pandemia: todo bajo su absoluto control
... luego de 800 años desde la última vez que fue avistada, Él nos manda la Estrella del Oriente, la misma que guió a los Reyes Magos tras el nacimiento de Jesús en Belén. Sí, la misma estrella que anunció la llegada del Hijo de Dios.
Estamos, sorprendentemente, a unos cuantos días para que culmine el año 2020. No son pocas las almas desesperanzadas y tampoco pocas las que mantenemos incólume la fe, la esperanza, el entusiasmo y el espíritu positivo.
Hemos visto, en este año, tras la aparición del virus COVID-19, cosas que algunos llaman “inéditas”. En realidad, no lo son. En otras épocas, en otros tiempos, cosas similares y hasta peores acontecieron. Pensemos tan solo en las pandemias por las cuales ha atravesado la humanidad con la consiguiente pérdida de miles y millones de personas: la peste negra, la gripe española, el ébola, en fin.
¿Y qué decir de las guerras regionales, entre Estados, las mundiales? Millones y millones de personas víctimas inocentes de las guerras.Algunos auguran un año 2021 peor y poco alentador frente al que está por pasar a mejor vida.
Harán cuestión de unas cuantas horas que el mundo recibiera la noticia de que un virus hercúleo, de la familia de la COVID-19, ha aparecido en el Reino Unido. Europa ha comenzado a protegerse y ha dado inicio al cierre de relaciones, de todo tipo, con Inglaterra. Algunos países de América Latina también han empezado a tomar cautela, entre ellos El Salvador, a través de su presidente Nayib Bukele.
Frente a la aparición de la vacuna contra la COVID-19, un viento de desaliento sopla. No bien se sale de una peste, pandemia o enfermedad, aparece otra, sin dejar por fuera los terremotos, las amenazas de guerras y guerras propiamente tal entre naciones del mundo árabe.
¿Qué está sucediendo? ¿Debemos preocuparnos al grado de perder la cordura y la paz personal, el sosiego doméstico, la paz hogareña o intrafamiliar, abandonar las relaciones humanas, la necesaria interacción social entre los seres humanos? Todo se nos presenta como desquiciado. Como si estuviera fuera de control. Los líderes de las naciones, los jefes de los gobiernos, tratando de buscar paliativos o soluciones eventuales a la pandemia de la COVID-19 y, al parecer, nada es determinante ni seguro. Hay más dudas e incertidumbres que seguridad en lo que se hace o se trata de hacer.
Sin embargo, encuentro que: 1. Nada me sorprende ni me desquicia. 2. Todo esto está profetizado en la Biblia, el libro de Apocalipsis es claro y tajante y si nos leemos el Santo Evangelio de San Mateo, sobre todo el Capítulo 24, versículos 6-8, encontraremos que todo está dicho allí de modo claro y categórico.
Guerra, rumores de guerras, pestilencias, plagas, enfermedades, pestes, hambre, angustias, desastres naturales, etc. Pero, ojo, el creyente debe estar claro que aún no es el fin. Es el principio de dolores. Los jinetes del Apocalipsis cabalgan: La Guerra, el Hambre, la Peste y la Muerte.
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Pero no hay que temer, prohibido atemorizarse. Solo preservar la fe y la esperanza. Dios cuida de su pueblo, de los suyos. Todo está, firme y fielmente, bajo su supervisión y absoluto control. Aunque se trasladen los montes a la mar, aunque la tierra tiemble, debemos de confiar. La fe debe alimentarse cada día. Con todo ruego y oración, a toda hora. No se puede dejar por fuera el ayuno ferviente y de corazón. Buscad mi rostro, dice el Señor, entre tanto pueda ser hallado (Isaías 55:6,7), entre tanto esté cercano el Señor. Deje el impío su camino y el hombre inicuo sus pensamientos y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia. He aquí, dice el Señor, si vosotros os acercáis a Dios, Dios se acercará a vosotros (Santiago 4:8).
Oremos, para que la fe de nuestro pueblo sea fortalecida. Para que obispos y pastores salgan a alimentar al rebaño. Que le recuerden al pueblo que Jesús dice: “No temáis manada pequeña” (Lucas 12: 32-34). Dios está con nosotros. Que le recuerden al creyente que tomaremos serpientes, áspid y escorpiones entre las manos y nada nos pasará y que impondremos las manos sobre los enfermos y sanarán. Cero contagio. Está garantizado por Jesús. Y Jesús no miente. Más oración. Y finalmente, sea que muramos o que vivamos, vivimos para Dios. Ni miedo ni temor a la muerte. Para el creyente no tiene ni aguijón y el sepulcro tampoco dolor (1 Corintios, Cap.15, versículos 55,57). PD. Y como grato y dulce regalo de Dios, luego de 800 años desde la última vez que fue avistada, Él nos manda la Estrella del Oriente, la misma que guió a los Reyes Magos tras el nacimiento de Jesús en Belén. Sí, la misma estrella que anunció la llegada del Hijo de Dios.
Salud Panamá. ¡Dios bendiga a la Patria!
Abogado.