El verano que llegó La Limeña
Llegado el día de ir a Divalá a buscar a La Limeña, mi abuela me pide ensillar tres caballos. Para mis tías Virginia y Juanita y el mío, llamado Pascual. Se lo regaló mi papá a mi mamá en navidades, cuando ella fue maestra en Puerto Armuelles.
Juanita Moreno Caballero adornando la imagen de La Limeña, para la fiesta de la Inmaculada Concepción. Finca Chiriquí Viejo, diciembre 8 de 1976. Foto: Cortesía Stanley Heckadon-Moreno.
Todas las noches, en la finca de mis abuelos Aurelio Moreno y Josefa Caballero, en el río Chiriquí Viejo, rezábamos el rosario ante La Limeña. Recuerdo la llegada de esta imagen ese verano de 1954. Había muerto en Divalá el tío Goyo Ortiz, quien se la dejó en herencia a mi abuela.
Esta es la historia oral de La Limeña. Hace mucho tiempo, Miguel Santamaría, capitán de las milicias blancas de Alanje, fue llamado a prestar el servicio de las armas del rey en Perú, cuando el Istmo fue de ese virreinato. Estaba viejo y solicitó que su hijo Miguelito fuese en su lugar. Gracia le fue concedida.
Cumplido su servicio retornó Miguelito. Trajo como obsequio dos rapaduras de oro, una pareja de esclavos y La Limeña. Cuando Miguelito era un viejito, mi abuela lo llamaba "tatica" Santamaría. Él fue hermano de Micaela Santamaría, madre de Beatriz Caballero, cuya hija Josefa tuvo a Bernardina, Manuela y Teodoro Caballero. Siendo una niña mi abuela, vio cuando una tintorera se comió a Teodoro en las playas de La Barqueta.
Ella no volvió a bañarse en la mar. Se sentaba en la arena echándose agua con una totuma. Manuela, mi bisabuela, nació en Alanje en la década de 1830 y tuvo una hija natural, Josefa, con un tico exilado en Alanje, Juan Jiménez, primo hermano de don Ricardo Jiménez, presidente de Costa Rica. Al morir Juancho, lo enterraron en Alanje en la década de 1880.
Exigía la tradición que La Limeña se heredase vía materna, a la más piadosa y que la cuidase. Una generación vivió ella en casa de Miguelito, luego la heredó Tomasita Quintero, quien residía en la Raya de Alanje. Los Quintero, de los fundadores de Alanje, eran familiares de mi abuela. Luego estuvo en casa de dos primos hermanos mayores de mi abuela, Aurelio y Emilio Ortiz, hijos de Adela Caballero a quien mi abuela llamaba la Tía Adela. Emilio era panadero y en Semana Santa mi abuela le llevaba pargos secados al sol y él le obsequiaba panes frescos de harina. En noviembre de 1920, cuando murió el tío Emilio, Goyo Ortiz y su mujer Teresa Ayard, fueron a Alanje a buscar la santa y la trajeron a Divalá. Él fue a caballo y ella a pie. Era la costumbre.
Llegado el día de ir a Divalá a buscar a La Limeña, mi abuela me pide ensillar tres caballos. Para mis tías Virginia y Juanita y el mío, llamado Pascual. Se lo regaló mi papá a mi mamá en navidades, cuando ella fue maestra en Puerto Armuelles.
En noches de luna, los jóvenes organizaban cabalgatas por la playa. Pascual conocía los caminos hasta en noches sin luna. Era mañoso y cuando nos enviaban a hacer mandados a la ida solo tenía dos andares, lento y paso de procesión. Súbito paraba a comer hierba. Si yo veía gente venir bajaba el ala a mi sombrero temiendo me dijeran uno de los peores insultos a un chiricano "bueno compa y quién manda, usté o el caballo."
Cruzamos el Chiriquí Viejo y tomamos el camino real del Salao de los Guabos a Divalá, entre las selvas de la ciénaga de El Altamizal. Vadeado el Gariché, salimos a los potreros. Solo quedaba un retazo de bosque que mi tío Aurelio cuidaba para contar con madera para reparar su finca y proteger unos aulladores. Me preguntaba dónde se refugiarían ellos si desaparecían las selvas. No imaginaba que para 1960 serían sustituidas por extensas fincas bananeras. Para el 2000, dada las huelgas y mala administración, las bananeras quiebran dando paso a la palma africana, desprovistas de toda vida silvestre.
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Llegamos a la casa de madera del tío Goyo Ortíz, primo segundo mayor de mi abuela. Él la quería mucho y le apodaba Pepa. Sus hermanos habían muerto, no tuvo hijos sino uno de crianza, Humberto, a cuya mujer el tío le encomendó La Limeña. Nos entregaron la santa con cortesía y solemnidad. Antes de fallecer, el tío solía decir "Cuando yo muera, entréguenle La Santa a Pepa, pues es la más religiosa y la cuidará bien. Si Pepa ha muerto, entréguensela a sus hijas, que la santa no va pá ningún lao, porque ella va de familia en familia". Con delicadeza la recibió la tía Virginia.
De vuelta a casa, La Limeña fue colocada en el cuarto de mi abuela, en el piso alto de la vieja casona de madera, construida en la década del 20, por un carpintero antillano que vino con la Chiriqui Land Company. Por este cuarto entraba el viento sur, se veía el potrero y allende la selva, los manglares y se escuchaban las olas de la mar.
Al fallecer mi abuela, la heredó la tía Virginia, luego Juanita y después mi madre.
Antropólogo.