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Morin: un sabio necesario

Nuestro dilema de fondo es si seguiremos apostando como personas y como sociedad por el lucro del capitalismo de casino o seremos capaces de construir otro mundo posible a partir de una educación humanista y científica, sentipensante...

Gregorio Urriola Candanedo - Publicado:

Obras de Edgar Morín, considerado uno de los filósofos contemporáneos más brillantes. Foto: Cortesía de Gregorio Urriola Candanedo.

Varias organizaciones internacionales, entre ellas la UNESCO, celebran este mes, los cien años de Edgar Morin, francés universal, que vino al mundo un 8 de julio. Una vida y una obra que recorre los avatares vitales del azaroso siglo XX y estableció con lucidez las coordenadas intelectuales que nos toca recorrer a los que a tientas avanzamos en el siglo XXI.

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La propia UNESCO pidió a Morin, como años antes pidió a Edgar Faure, unas reflexiones que iluminaran las tareas de la Educación, en el entendimiento que "la paz nace en la mente de los hombres".

El gran desiderátum de las Naciones Unidas, paz y prosperidad para todos, debían surgir, debían acontecer, parirse, en el proceso mismo de hominización, de la reproducción cultural, de la educación, por la cual los hombres y mujeres nos hacemos realmente humanos.

Si siempre fue verdad que la educación no es otra cosa que ganar la humanidad potencial que anida en nuestro ser, tanto más importante era darle norte a raíz del "re-encantamiento del mundo" que debía suceder al desencanto que una "ciencia sin conciencia" venía generando desde tiempos de Descartes y Galileo y ya nos había asesinado en Hiroshima y nos viene legando cada vez más tristes "primaveras silenciosas".

Deberíamos, pues, "aprender a ser", como dijo Faure hace casi 50 años en aquel Informe celebérrimo, pero correspondía también calar más hondo, desentrañando las raíces intelectuales, cognitivas, de una educación ya no pertinente, pues derivaba de un saber correlativamente no pertinente.

Esa fue la proeza que Morin realizó con sus "7 saberes necesarios para la educación del futuro", obra de síntesis de un pensamiento que ha sabido incorporar lo más granado del acervo occidental: Marx y Weber, sí, pero igualmente la filosofía pos-cartesiana y la ciencia posnewtoniana de Prigogine y Kapra por dar un par de nombres justamente célebres; en suma, el pensamiento complejo contemporáneo, del cual el propio Morin es epítome.

Mi primera lectura de Morin vino de la mano de mis estudios doctorales cuando procuraba captar los resortes del proceso de integración de Europa y trataba de comprender los elementos culturales más hondos que dan ensambladura humana al proceso integrador europeo y su incipiente unión monetaria. En una librería de Madrid encontré un opúsculo que captó mi atención "Pensar Europa", y luego "Por una política del hombre".

Esos libritos se convertirían en el hilo de Ariadna para llegar, pasando el tiempo a los seis enjundiosos tomos de su obra "El Método" (primera edición de 1981). Tales lecturas y cogitaciones me permitieron –entre otros placeres del goce académico- el dirigir una notable tesis panameña sobre el pensamiento de Morin en el programa de Filosofía Práctica en la Universidad de Panamá, y continuar una plática que no cesa con el Director del Centro de Desarrollo Sostenible, fincado en la Ciudad del Saber, que fue el sitio desde donde se desarrolló una aplicación digital educativa entroncada en las propuestas de Morin, dirigida a jóvenes estudiantes en Panamá, que tuvo importantes resultados en estudiantes, docentes y comunidades y que todavía cita como referencia la propia UNESCO por estos días.

VEA TAMBIÉN: Hacia una comunidad de vida ante el suicidio colectivo

En esta hora de crisis pandémica y en los años por venir tras la hecatombe, volver a lo planteado por Morin es un imperativo. Lo es si realmente deseamos dejar atrás un pensamiento aberrante que nos lleva a un callejón sin salida. Unos presupuestos teóricos y de errado "sentido común" que, en gran medida, tiene su origen en una educación desenfocada, acrítica, ciega para enseñar la real condición humana y la permanente incertidumbre de nuestro quehacer.

Una educación y una política ajena a la ética como medio y fin de todo diálogo democrático, y el respeto a la naturaleza, como patrimonio de todos. Todo lo cual, dicho en términos de Panamá, hoy se ilustra en nuestra seguridad social, a un paso del naufragio, o en el desarrollo fincado en el extractivismo minero, o la enajenación del control de nuestra posición geográfica, por citar las cuestiones capitales de nuestro desdichado presente.

Los días por venir son los de la gran definición de nuestro futuro. Nuestro dilema de fondo es si seguiremos apostando como personas y como sociedad por el lucro del capitalismo de casino (Francisco dixit) o seremos capaces de construir otro mundo posible a partir de una educación humanista y científica, sentipensante, educación en las aulas y fuera de ellas, pues hoy la educación verdadera discurre por canales cada día menos formales.

Ya hay quienes dicen que debemos echar la Agenda 2030 por la borda. Pienso, más bien, que debemos radicalizar nuestras demandas contenidas en ese programa mínimo. El desarrollo humano sustentable es un derecho que hay que conquistar y defender a toda costa.

Debemos construir el orden social correlativo que la convergencia tecnológica posibilita, a condición de que los réditos que produce no vayan a parar a ese 1% de los ya archi-supermillonarios que acaparan el 85% de la riqueza del planeta como hasta ahora. Con Morin, atrevámonos a combatir las antiguas cegueras y a construir las nuevas vías de un mundo realmente humano.

Economista. Docente y gestor universitario.

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