'Proveer andamios para construir futuros'

Hace unos años atrás, asistí a una conferencia sobre el rol y el camino del emprendedor social.

Hubo muchos expositores a lo largo de los dos días del evento, cada uno de ellos presentando su proyecto y su visión acerca del emprendimiento social y la misión que cada una de sus empresas u ONGs buscaba alcanzar.

En las presentaciones se habló mucho del impacto que tiene un emprendedor social dentro de su comunidad y cómo el objetivo de muchos es sacar a las poblaciones en riesgo de la pobreza.Me pregunto, ¿a quién exactamente hay que sacar de la pobreza?

¿Quiénes son estos individuos y por qué pareciera que hay que hacer cosas por ellos?

¿Por qué no están ellos mismos activamente involucrados en este proceso de mejora y superación personal?

¿Por qué no se les toma en cuenta y escucha a la hora de plantear soluciones para las situaciones de riesgo que los azotan?

Estoy fuertemente en desacuerdo con esa idea de sacar a alguien de la pobreza, y es porque personalmente veo el concepto de pobreza como un territorio de arena movediza, no como una tina llena de agua.

No hay manera de sacar a una persona de la pobreza como si estuviese saliendo de la ducha – le das la mano, sale, se seca y… ¡deja de ser pobre!

No hay varita mágica, ni toalla suficientemente gruesa para “absorber” la pobreza.

Además, la pobreza es un concepto tan ambiguo y confuso, que hasta León Tolstoi en su grandiosa obra “Ana Karenina” habla de que todas las familias ricas se parecen unas a las otras; pero, cada familia pobre tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.

Por ende, el tema de pobreza se debe tratar más a nivel micro, donde cada familia y cada individuo identifican los indicadores que constituyen su propia pobreza.

La manera entonces de salir – y no sacar a alguien – de la pobreza es construyendo una red de oportunidades equitativas y de fácil acceso para aquellos que las necesiten.

A las familias que deseamos que salgan de la situación de pobreza, hay que empoderarlas y capacitarlas, ofrecerles las herramientas necesarias para asumir su responsabilidad en el proceso de mejora de su status quo.

Pero antes que nada, la familia, que es la unidad esencial de este proceso, debe aceptar, entender y enfrentar su situación de pobreza.

Una familia que no puede – o no quiere – ver que está hasta el cuello en arenas movedizas, nunca tratará de salvarse.

Por lo general, no se puede mejorar o arreglar algo que no sabemos que está dañado.

Seguidamente, con las unidades sociales que están conscientes de su estatus socioeconómico y que están dispuestas a trabajar por mejorar su situación, con esas familias y solamente esas, podemos avanzar.

La pobreza es un tema de entorno, un estilo de vida, una mentalidad y un set de prioridades; por esta razón, salir de la pobreza implica un cambio, un nivel alto de motivación y deseos de superación, y un cierto grado de aceptación de riesgo.

Si la familia no está dispuesta a invertir – no monetariamente, sino tiempo y dedicación – en su proceso de mejora, nadie puede sacar a ese grupo familiar de la miseria.

Proyectos, tanto gubernamentales, como privados, han llegado y se han ido, con grado bajo o hasta nulo de logro de resultados.

Personalmente opino que la responsabilidad por la falla la tiene la unidad gestora de dichos proyectos, y no necesariamente los participantes.

A la población desfavorecida hay que involucrarla activamente y hay que responsabilizarla de su propio avance, de sus logros y sus desafíos.

Los actores externos pueden – y deben – apoyar, aportar y facilitar, más no deben ser los que imponen e implementan los cambios.

Los cambios deben crearse dentro de la familia, por la familia.

Cada miembro de ella debe estar participando de manera activa en el proceso de mejora.

Cada familia debe ser incluida en el diseño de las oportunidades para la comunidad de la que forma parte.

Cada comunidad debe establecer, junto a las otras comunidades de cambio cercanas, redes de apoyo comunitario para así lograr avances, impacto y mejoras en la sociedad como un todo; pero es imperativo que todo este proceso se inicie a nivel de familia y de individuo.

Ahora bien, la labor de ofrecer estas oportunidades, crear proyectos sociales e implementar programas comunitarios, no pesa sobre los hombros de una sola figura.

Si bien es cierto, las ONGs no sustituyen el trabajo del Estado y no asumen las responsabilidades que el gobierno tiene con su pueblo, la sociedad y sus comunidades; creo que podemos estar de acuerdo que cada uno de nosotros tiene un granito de arena que puede aportar.

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Trabajar en el proceso de mejora con una familia puede darse tanto desde el plano personal, como desde el plano non-gubernamental, empresarial o público.

Cada uno de nosotros, con el intercambio de conocimiento y algo de inversión de tiempo a la causa, puede apoyar a un grupo familiar para iniciar su camino hacia un mejor mañana.

Sin embargo, siempre hay que tener presente lo siguiente – a veces, queriendo ayudar podemos hacer más daño de lo que hagamos bien.

Es imprescindible a la hora de querer embarcarnos en una obra social de este tipo, conocer nuestras limitantes.

Una de ellas, y para mí la más importante, es aceptar que no entendemos verdaderamente la realidad del otro.

Podemos conocer, podemos haber visto, haber presenciado, haber olido, escuchado, sentido – más nunca hemos vivido la realidad del desfavorecido.

Es fundamental comprender que para que un plan de acción funcione, debemos escuchar, consultar y dejar que aquellos que buscamos apoyar e impactar nos enseñen cuál es la realidad.

Por esta misma razón existe la necesidad básica de inclusión de las familias en riesgo, en la creación del plan de mejoras y avances.

El otro factor primordial en lograr el efecto deseado con la iniciativa, proyecto o programa social es la medición de resultados.

Para lograr cambios de alto impacto, verdaderos y sostenibles, los planes de trabajo deben estar diseñados a largo plazo.

Sin embargo, el desafío con planes a largo plazo es la medición del proceso durante su desarrollo, antes de llegar a la línea de meta, cuando darse cuenta de un error sería demasiado tarde.

Y de la mano con la medición va también el concepto de seguimiento; sin seguimiento no puede haber medición.

El seguimiento y la evaluación de la implementación de un programa son imprescindibles para lograr resultados que se traduzcan en una verdadera transformación y mejora de la calidad de vida de la sociedad.

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Por último, el acercamiento que tiene el actor externo (ONG, gobierno, etc.) a la familia o comunidad marca la pauta de la colaboración entre las partes.

La relación que se construye, al ser una cooperación y colaboración, debe ser de pares.

La presentación de las ideas, iniciativas, material educativo, cuestionarios y encuestas, y cualquier otro tipo de comunicación se debe realizar en un lenguaje accesible, que no intimide o confunda.

La actitud de servicio, en comparación con el deseo de ofrecer ayuda o subsidios, se debe presentar como base de la colaboración a desarrollar.

La familia en situación de pobreza necesita herramientas para crear su propia estrategia de salida.

Imagínelo como un andamio que ofrece el actor externo para que la unidad familiar pueda construir su propia solución.

Tomando estos factores en cuenta, estoy segura que se puede lograr desarrollar el potencial innato que cada individuo tiene para superarse y mejorar su calidad de vida, mejorar su entorno, su comunidad, la sociedad y la realidad global.

Directora del Centro ¡Supérate! Fundación JUPÁ.