Salomando hasta la cima de cerro Hoya

El silencio languidece en las sabatinas tardes de su antiguo barrio capitalino donde las románticas notas de boleros clásicos adornaban la euforia que emanaba de los altoparlantes del balcón de Ladislao Vázquez y la íntegra afonía de los vecinos sellaba su unánime aprobación al gestor de tan noble y melodioso zarandeo.

Este caballero sencillo y bonachón, que bien hace honra a sus raíces tableñas, nos lega una marca muy dentro del corazón a todos los que tuvimos el privilegio y honra de conocerle.

Y es precisamente su génesis santeña quien marcó su recorrido terrenal, zapateando el punto con guapeza, rigor y garbo, ejecutando su murga y saloma cual canario al son del violín y la mejorana.

Catequiza su carrera como ejemplar colaborador de Pan American Airways en el antiguo aeropuerto de Tocumen, cuya personalidad era su espejo en momentos cuando familiares y amistades adornaban su amplia balaustrada luciendo sus mejores ropajes para despedir a los afortunados viajeros, bien amado por la totalidad de sus compañeros, jefes, subalternos y todos aquellos que laboraban en el aeródromo.

Su profundo, innegable amor hacia su compañera de vida, cómplice de aventuras, esposa de toda una existencia, se vio sellado por el avenir de una infanta, Janeth Ibeth, retoño que bien refleja su estirpe, su alegría y su intensa devoción a la rúbrica de familia.

Eternamente flechado por Cupido, la intensidad de su quehacer fue el epígrafe de su camino a lo largo de su musical vivencia terrenal.

Si existe el Cielo, y por qué dudarlo, allá estará cortejado de Santa Librada escuchando las melodías de las arpas angelicales, sin duda alguna, tiernamente abrazando a su amada Gilma. Hasta luego, caro amigo Ladislao, gracias por tu legado, por la calidez de tus abrazos y la penetrante virtud de tu conversa.

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