Sobre el poder público real
Una muestra manifiesta de esos factores reales de poder no organizado, se encuentra en las protestas, en las grandes huelgas, en el curso incontenible de las cabezas de agua de expresiones colectivas que se expresan con violencia inusitada, devastando todo.
No fue sino hasta un 7 de marzo de 1965 que se celebró la primera liturgia que no fuera en latín. Se dispensaba la Palabra de ese modo, tratando de tender una red para atrapar los vuelos de la fe y ser intercesores entre el hombre y Dios.
Ese ánimo de hacer compleja la existencia, para que requiera un prestidigitador o un adivino, un mediador entre los cielos y la tierra, ha estado presente desde los tiempos más inmemoriales de la historia, para justificar esa legión de individuos que, para bien o para mal, derivan su sustento de esa profesión, más antigua tal vez que la prostitución misma.
Es el arte, entonces, de crear complejidades a propósito para que algunos individuos puedan luego descifrarlas y vivir de ellas. Vemos todavía vestigios de esa práctica en muchas profesiones, en el ejercicio de la cosa pública y la política, que es la que nos ocupa el tema central de estas ideas al vuelo.
Era práctica común de genocidas, de los conquistadores, invasores y explotadores de recursos generar necesidades artificiales dentro de las poblaciones sometidas, para así lograr cimentación de poderío.
Así, los ingleses enviciaron con el “agua de fuego” a los antes indomables pueblos de nuestra América del Norte; los explotadores de minas, con el vicio y la prostitución al servicio de mineros; para trabajadores chinos de ferrocarriles era el opio; para los esclavos negros, era sólo el alimento, tan dosificado que solo mantenía su mente en él y en la forma de ganarlo; para los judíos en los campos de concentración era la supervivencia misma, ya que se les solía privar de todo, hasta del vello corporal.
Así, sucesivamente, se buscaban formas de explotar que aseguraran que el dominio se lleve a cabo en forma material y hasta mecánica; el resto, con el tiempo, se hace psicológico en el hombre, que deja en abandono las voluntades personales, se olvida de sus iniciativas propias, se hace esclavo anímico de toda circunstancia y, sobre todo, deja de pensar.
Algo similar sucede con el marco constitucional de las naciones. Se marca con el hierro ignominioso de la esclavitud del hombre en esa letra impresa; y lo que deben ser solo instrumentos contractuales por medio de los cuales se ceden ciertas libertades a cambio de una garantía de protección de vida, honra y bienes, se convierte a veces en grillete impreso, haciendo de los que gobiernan carceleros y de los que se dejan gobernar encarcelados.
Por eso, es vital hacer un mestizaje real de las constituciones, calibrarlas siempre con el cambio de las inquietudes populares válidas, con el rejuego del poder real que, aunque estando allí, pierde su constancia y su ejercicio, para asomarse temerosa o vengativamente cada cinco años, como aporte único a la sociedad. La Constitución real es el poder, la sincronización y la armonía entre aquellos a los que se delega el ejercicio de representación de los poderes para que, en forma organizada, lleven a cabo las tareas que la sociedad entera no podría jamás lograr.
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Así, tenemos el poder organizado, el poder constituido, el que se apega en su ejercicio a la letra escrita de la carta magna; y tenemos, por otro lado, el poder constituyente, el poder desorganizado, la fuente misma del poder público, extralegal, extrajudicial, no sometido propiamente a ninguna letra escrita, sino más bien creadora originaria de la misma. Son factores de poder real, unos dispersos, como naves sin motor a la deriva en el ese mar enorme de la sociedad, hasta que llegan cada cinco años a esos puertos de las elecciones; otros más organizados, más constantes, afiliados como grupo, con una voz y varias vocerías.
Una muestra manifiesta de esos factores reales de poder no organizado, se encuentra en las protestas, en las grandes huelgas, en el curso incontenible de las cabezas de agua de expresiones colectivas que se expresan con violencia inusitada, devastando todo.
La Constitución, como instrumento, debe ser contrato claro que establece los controles al poder que se delega; las libertades individuales, nadie no las puede dar, porque siempre han sido nuestras.
Abogado.
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