Mensaje
Y en cuanto a las cruces
Cruces que llegan cuando menos se espera, y que sacuden nuestro interior, y que inclusive nos desprograman y trastornan la marcha de nuestra vida. ¿Y qué hacer con esas cruces? En primer lugar, aceptarlas. Son parte de la vida.
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 18/9/2021 - 12:00 am
Las cruces que el Señor nos manda o las que permite que nos lleguen, todas tienen un profundo sentido de salvación, purificación y maduración. Sí, porque todo lo que implica compromiso por ayudar, proteger, cuidar, en el fondo, por amar a los demás, trae como consecuencia sacrificios, renuncias, desvelos, sufrimientos para poder cumplir la misión dada por el amor.
Sea en el matrimonio, en la vida religiosa, en la política, en la economía, en cualquier causa que asumamos para cooperar a que el mundo mejore, mientras uno más se dé, más experimentará dolor por todo el esfuerzo, acciones inclusive heroicas, pérdidas experimentadas, para poder cumplir lo pactado.
Cristo es el ejemplo máximo, ya que se comprometió a salvarnos, y para eso aceptó, asumió todo el sacrificio y sufrimiento que le llegó, incluso la muerte por nosotros.
Pero hay otras cruces que no las hemos pedido, que no las hemos buscado. La cruz de una enfermedad, de una pérdida económica, de un conflicto familiar, de una injusticia legal, laboral, empresarial.
Cruces que llegan cuando menos se espera, y que sacuden nuestro interior, y que inclusive nos desprograman y trastornan la marcha de nuestra vida. ¿Y qué hacer con esas cruces? En primer lugar, aceptarlas. Son parte de la vida.
Ha pasado siempre en la historia de la humanidad. No ganamos nada con rechazarlas, rabiar, trastornarnos mentalmente. Allí están. Llegaron y no hay que desesperarse. Eso es lo peor. Segundo, ver cómo solucionamos el problema que ha aparecido.
Tercero, si no hay solución posible, aprender a convivir con esas cruces. Cuarto, como cristianos ofrecerlas al Señor por nuestra salvación. Siempre sirven para purificarnos de nuestros pecados y para madurar más. Tratar por lo tanto de sacarles el mejor fruto posible.
Y algo muy importante: No imponer a los demás una aberrante cruz injusta. Porque desde nuestro egoísmo podemos engañar, hacer trampas, para conseguir más dinero, fama, ventajas políticas, sindicales, empresariales. No quitarle a nadie la fama, su buen nombre.
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No hacer infeliz a nadie. Jamás ser partícipes de ese crimen terrible de impedir que las personas tengan acceso a la participación de los bienes de la creación. No imponer de manera directa o indirecta las cruces del hambre y la miseria a nuestros pueblos.
No ser cómplice de esta monstruosa cruz de la corrupción, de la mala administración de los recursos que Dios nos ha dado, sea a nivel público o privado, y que traiga más enfermedades, desempleo, ignorancia y marginación a nuestros pueblos. Y recordar siempre que la cruz que Dios nos manda o que permite para bien nuestro, es siempre camino de salvación.
Monseñor.
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