Sobre los políticos deformados
...el sistema que se teje como parte de los actos de inconciencia política, también son la envoltura de fenómenos sociales como el de la delincuencia; que es el caldo de cultivo de esos miembros de la sociedad que, pudiendo haber sido salvados a temprana edad, sufrieron de carencia, desconocieron la estructura cariñosa del hogar, crecieron sin los límites tempranos de la educación moral.
Mientras el resto de los miembros de la sociedad vienen al mundo ya con el genoma del trabajo, esta especie aparte viene con el ansia parasítica de vivir de los demás, a toda costa y sin escrúpulos. Foto: Freepik.
El impulso de dejar algo para la posteridad, para el momento en el que nuestras conciencias se dispersen, es algo natural del hombre, desde los tiempos más remotos de la humanidad. En sus formas más elevadas, si se quiere, ese impulso se transforma en arte, ciencia y en otras expresiones más de nuestro intelecto. En medio de lo básico de la existencia, y de lo elevado del intelecto humano, están esos estados intermedios que hacen que los hombres le procuren a los suyos, por lo menos, alimento, techo, educación y apoyo emocional, como partes esenciales de ese desarrollo en toda sociedad organizada.
Pero parece que en medio de ese rito natural existen desviaciones, elementos discordantes que tienen una mente digestiva, dispuesta únicamente a consumir para sí mismos, especialmente lo que otros siembran. Y esa es característica común en gran parte de esa clase política que hemos visto hacerse una legión en los últimos tiempos.
Son personas que han sido deformadas; no formadas políticamente. Como especie de larvas sociales que salieron del capullo antes de tiempo, con alas cortas y sin capacidad de elevación alguna. Mientras el resto de los miembros de la sociedad vienen al mundo ya con el genoma del trabajo, por lo menos, sabiendo que toda retribución es eco del esfuerzo personal, esta especie aparte viene con el ansia parasítica de vivir de los demás, a toda costa y sin escrúpulos.
¿Nacen así ya o se hacen? ¿es la sociedad, acaso, responsable de ese producto deformado que sale antes de tiempo del capullo de las urnas y que, en vez de ansiar elevación, se arrastra todavía como la larva más rastrera por los suelos de la sociedad? Son preguntas básicas que a diario surgen cuando uno ve a estos políticos criollos (algunos por lo menos) exigir más privilegios a una sociedad ya empobrecida en la carencia material, moral y básica.
Una sociedad convaleciente es aquella en la que, sin golpes de remordimiento de conciencia, pueden coexistir el lujo extremo de lo pulido y reluciente y la miseria máxima y maloliente de las aguas estancadas de la necesidad; como en la nuestra, en la que todavía existen ciudadanos que deben asistir a clases sin zapatos, que no conocen la iluminación de la electricidad, que crecen los primeros años primordiales de su vida en la carencia básica de calorías, con secuelas perdurables de por vida.
En una sociedad así, que no ha podido superar aún esos umbrales básicos de la necesidad social, que tiene escuelas sin agua potable, sin electricidad y con techos corroídos, ha proliferado al parecer el adefesio deformado de políticos que son producto de ese vientre de una sociedad enferma.
Se entronan cada cinco años, y se les ve venir mezclados con la suciedad de la cabeza de agua de las elecciones, que a veces trae y arrastra con más fuerza todo aquel desecho que a su paso encuentra.
En forma insospechada, esas personas, que dedican parte de su vida a crecer en ese ambiente oscuro y húmedo en el que prolifera el hongo de la moral pervertida del político criollo, piensan que ha llegado el tiempo de cambiar la regla universal de oro y la interpretan del siguiente modo: “puedes consumir alegremente el fruto de lo que no has sembrado”.
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Pero el karma existe, y esos despliegues de conducta y actuación errada, regresan siempre hacia la misma playa de donde ha salido, en alguna u otra forma. Por ejemplo, sabemos que las condiciones y el sistema que se teje como parte de los actos de inconciencia política, también son la envoltura de fenómenos sociales como el de la delincuencia; que es el caldo de cultivo de esos miembros de la sociedad que, pudiendo haber sido salvados a temprana edad, sufrieron de carencia, desconocieron la estructura cariñosa del hogar, crecieron sin los límites tempranos de la educación moral.
Esa violencia, que hoy alcanza a todos, tiene parte de la cuna en los políticos que son autores de un sistema pervertido; un sistema que se hace arena movediza en la que todos, inclusive sus autores, terminan sucumbiendo.
Abogado.