Tramposos todos
En este mundo hay ganadores y perdedores, aunque a algunos les duela. No es justa la justicia de ser consciente, aunque la naturaleza tenga favoritos.
Tramposos todos
En este mundo hay ganadores y perdedores, aunque a algunos les duela. No es justa la justicia de ser consciente, aunque la naturaleza tenga favoritos.
El destino, la injerencia divina o como quieran llamarle siempre define quién vence y quién se hunde. No existe un ente ajusticiador, un juez que mantenga el equilibrio entre ganancias y pérdidas en las vidas de todos los seres que siguen vivos. En este mundo hay aprovechados y aprovechadores.
En este mundo se juega sucio o no se juega. La mesa está puesta para que se haga trampa o se perezca. Hay algo intrínseco escondido en el hecho de ser un ser consciente, hay algo profundo y oscuro escondido a plena vista, una verdad que nadie quiere escuchar.
Aprovecharse del otro es parte del ciclo de la vida, tanto o más que el respirar. Todos hacen trampa, todos hacemos trampa de manera consciente o inconsciente. Las nobles plantas, los viejos árboles pasan toda su vida convirtiendo la luz solar en alimento, horas interminables manufacturando la energía que necesitan para subsistir.
Un venado, un conejo, una vaca y un caballo se aprovechan del casi nulo movimiento, y del poco esfuerzo que le requiere cazar a sus víctimas para alimentarse de su carne. Los leones, tigres, jaguares y águilas aprovechan sus garras, fuerza y velocidad para cebarse de los años de trabajo que sus presas han necesitado para crecer. Los lobos fatigan a los bisontes que cazan con su uso de estrategia y planes de ataque, las hormigas usan la superioridad numérica contra el saltamontes, el búho sorprende al ratón del que se alimenta volando en silencio.
La naturaleza, la naturaleza cruda y real que está fuera de las murallas de los edificios y las carreteras, esa naturaleza impaciente que está aullando en los límites de las ventanas de nuestras cómodas casas no es justa, ¿por qué lo sería la naturaleza artificial y rebajada en la que vivimos? Nos creemos, por haber vivido miles de años fuera de la necesidad de hacer trampas, que salimos de lo natural. Suponemos que ya no formamos parte de lo salvaje, que ya hemos cumplido condena y que ahora, como seres renovados por el fuego de la sociedad, formamos parte de algo diferente, pero esto no es así.
La sociedad, distraída y entretenida por las baratijas que la Revolución Industrial le ha vendido, parece haberse olvidado de su esencia; presupone que todos, justos y rectos, torcidos e infieles, somos iguales. Que la coexistencia ha borrado la esencia misma de nuestra parte animal y que ahora, lejos de lo brutal e infame de la profunda jungla, sabemos partir y dividir los espacios en los que habitamos. Que la trampa se esfumó en el vapor de las máquinas y se incineró al calor de los motores que han construido esta vulgar escultura del futuro.
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