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Ser abuelo o abuela
San José - Publicado:
El 7 de abril nos nació, a Teresita y a mí, una nieta más, Teresa Isabel de Obaldía Arias.Es nuestro quinto nieto y segunda nieta: Gabriela y Pedro Juan, de nuestra primera hija y su esposo, y Felipe Andrés, Miguel Ricardo y ahora Teresa Isabel, de nuestra segunda hija y su esposo.Nuestros hijos hombres todavía no han contribuido a la cosecha de nietos, aunque el benjamín ya se casó con una estupenda joven puertorriqueña.Cuando vi por primera vez a Teresa Isabel, menudita, rosada, con una mata de pelo negro azabache y unos ojitos muy claros, como los de la bisabuela materna y la abuela paterna, una niñita preciosa, tuve la sensación de que había llegado a ser abuelo.Esta sensación es diferente a saber que uno tiene nietos.Yo sabía esto último desde que el 30 de diciembre de 1993 nació Gabriela y, a medida que nacieron mis tres nietos varones, supe que adquiría una pequeña tribu de nietos.Pero sólo con el nacimiento reciente de otra nieta, la quinta de la tribu, caí en cuenta que sutilmente, sin que yo lo realizara hasta ahora, mis nietos me habían transformado no simplemente en abuelo, sino en ser abuelo.Tengo la seguridad que Teresita se dio cuenta que había llegado a esa condición antes que yo.Debí habérmelo sospechado desde antes, desde el momento en que Gabriela, cuyo ejemplo siguieron todos los demás, nos cambió el nombre.El asunto no es que nos llamaran a Teresita y a mí "abuela" y "abuelo", tal como nuestros hijos comenzaron desde temprano en sus vidas a llamarnos "mamá" y "papá".Si eso fuera todo, nos estarían recordando pura y simplemente un hecho biológico innegable, que ellos son nuestros nietos.El asunto es que, al retener solamente dos sílabas que suenan a la terminación del diminutivo de "abuela" y "abuelo" y ponernos el sobrenombre de "Tita" y "Tito" (Gabriela y Pedro Juan han hecho otro tanto con sus otros abuelos, a quienes les han impuesto el sobrenombre de "Nona y Nono"), nos han rebautizado.Tan es verdad que nos hemos convertido en otras personas con el nuevo nombre, subsumiendo la identidad que teníamos con nuestro viejo nombre, que cuando llamamos por teléfono a las casas de nuestras hijas, para saber de nuestros nietos, si no encontramos a quien buscábamos, muchas veces dejamos dicho con quien contesta el teléfono: "Dígales que los llamó su Tita o su Tito".Ser abuelo o abuela significa no solamente que se asume dicho papel con respecto a sus nietos, sino que se asume dicho papel como componente distintivo del papel que se desempeña en la sociedad en general.En este sentido, muchas personas con nietos pueden no llegar nunca a ser abuelos o abuelas, porque rehusan que su relación a sus nietos transcienda del ámbito privado y repercuta sobre sus actitudes ante la vida, en la sociedad.Y viceversa, personas sin nietos pueden llegar a ser abuelos o abuelas, si en su relación con sobrinos-nietos o niños de una tercera generación adoptan en la sociedad en general el papel característico de ser abuelo o abuela.Por mi parte, desde que nació mi más reciente nieta, admito que mis nietos me han hecho ser abuelo, influyendo sobre mi enfoque de la vida.La relación con los nietos afecta de múltiples maneras la perspectiva de un abuelo o abuela.La relación con los hijos está marcada por la responsabilidad directa que tienen los padres por la salud, la educación y el bienestar de los mismos.Y esa responsabilidad hay que ejercerla sin experiencia previa, sobre todo con el primer hijo, es decir hay que aprender a ejercerla haciéndolo.Como resultado la experiencia de ser padre o madre es una experiencia inseparable de un alto grado de inseguridad y preocupación.El gozo que proporcionan los hijos, de verlos crecer, de comprobar el desarrollo de sus personalidades, de que escojan sus amistades, sus vocaciones y el rumbo de sus vidas, nunca está exento de un elemento de angustia existencial por su seguridad, su éxito y su felicidad.Como padres estamos visceralmente involucrados en la vida de nuestros hijos, por más que a medida que atraviesan la adolescencia y se hacen adultos, aprendamos a respetar su autonomía primero y su independencia después.Hasta nuestra muerte la vida de nuestros hijos compromete directamente nuestra vida y nuestra conciencia.Con nuestros nietos la relación es diferente.Lo experimenté de una manera concreta una mañana, cuando nuestros cuatro primeros nietos pasaban el fin de semana con nosotros.Me desperté de madrugada y salí a caminar.Cuando regresé encontré a Teresita desayunando con nuestros nietos.Para mi gran sorpresa, éstos estaban comiendo helados de vainilla con sirope de chocolate y galletas dulces.Entre sonrisas no pude callar el comentario: "¡Conque esas tenemos ahora en el desayuno! ¿Qué sucedió con la comida saludable, la dieta balanceada, la preocupación por las caries de los dientes y todos los otros sermones que le predicaste a nuestros hijos?".Por toda respuesta, Teresita me respondió: "Yo soy abuela, no mamá".El incidente me trajo a la mente otro incidente de unos treinta años antes.Nuestros hijos eran chiquitos e iban con frecuencia por las tardes a casa de mi mamá a jugar con sus primos y primas, los hijos de mis hermanos.Mi mamá les ponía a su disposición como merienda todos los guineos y mandarinas que quisieran.Teresita y mis cuñadas decidieron quejarse, porque después de tales meriendas los chiquillos sólo comían por la noche a regañadientes.Le plantearon el problema a mi mamá diplomáticamente y recibieron de ella la siguiente respuesta tan franca como contundente: "Uds.saben cuando mandan sus hijos aquí que los mandan a la casa de su abuela.Si no les gusta no los manden.¡Además, quién ha visto que uno se preocupa porque un niño no come por haber comido!"Estos dos incidentes encierran una lección.Los abuelos no han de ser irresponsables ni han de fomentar la malacrianza de sus nietos.Pero su función no es la de cuidar y supervisar en primera instancia a sus nietos.Les toca ofrecerles una experiencia de lo que la vida puede tener de don, de regalo, de generosidad espontánea, de bondad que no se mide.Lo que propongamos de orientación lo hemos de plantear no de manera directa, disicplinaria y hasta impositiva, como muchas veces lo tienen que hacer los padres, sino de manera más circunstancial y sapiencial, con mucha comprensión y afecto, sobretodo sobre la base de normas que no se presenten como reglas a priori, sino como reglas avaladas por una riqueza de experiencia humana.Por ello, el gozo que proporcionan los nietos está más libre de tensiones, tiene un carácter más gratuito, que el que proporcionan los hijos.Gozamos sobremanera sus primeras palabras, sus juegos, los signos de su personalidad incipiente, su ingreso al jardín de infancia y su aprendizaje de colores y letras, su dexteridad en la computadora para niños.En otras palabras, volvemos a ver la película, pero esta vez tenemos el tiempo y el ánimo para detenernos en los detalles y saborearlos.Nos sentimos secretamente orgullosos cuando nuestros nietos se portan mejor con nosotros que con sus padres.Se teje así una especie de complicidad entre nietos y abuelos para quererse y agradarse mutuamente de una manera que se diferencia del amor privilegiado entre hijos y padres y lo complementa.Los nietos tienen otro efecto importante en la familia, a saber producen un acercamiento entre los abuelos y sus hijos en un plano de mayor igualdad, que abre las puertas a una auténtica amistad entre ambos.En efecto, cuando nuestros hijos se convierten en padres, adquieren una condición equivalente a la nuestra, que les sirve para comprender todo lo que nosotros vivimos con respecto a ellos.Por nuestra parte, nosotros vemos entonces a nuestros hijos en un pie de relativa igualdad con nosotros, lo que nos estimula a compartir con ellos nuestra experiencia de vida y nuestros sentimientos.Cuando Teresita y yo tuvimos nuestra primogénita, noté que a medida que pasaba el tiempo la relación entre mi mujer y mi suegra se profundizaba y aumentaba la comunicación estrecha entre ambas.Otro tanto noté una generación más tarde entre mis hijas y su mamá, una vez que las primeras dieron a luz y adquirieron la experiencia de tener hijos.De esta manera los nietos cimientan la relación entre los abuelos y sus propios hijos, infundiéndole a toda la familia a la vez nueva vida y vida más amplia.Esta nueva intimidad sobre la base de una mayor igualdad se intensifica en cualquiera circunstancia traumática.Por ejemplo, la enfermedad de cualquier nieto, especialmente si se trata de una enfermedad crónica y seria, abre los corazones en la familia, al hacer a los padres y a los abuelos copartícipes de una misma preocupación, que tiene siempre algo de inexplicable: "Dios mío, por qué nuestro hijo y nuestro nieto", expresan interiormente las dos generaciones en razón del peligro que corre la tercera.Una cadena intergeneracional de solidaridad, muy fuerte, muy intensa se establece así bajo el impacto del trauma.¿Qué representan los nietos, por qué marcan tan profundamente la última etapa de la vida humana, cómo se explica que susciten una nueva identidad, la de ser abuelo o abuela? Normalmente uno tiene nietos en la tercera etapa de la vida o acercándose a ella.En esta etapa la persona sabe que vive sus últimos años.Por eso el sentido de futuro comienza a acortarse e incluso a desaparecer.Una cierta actitud de "carpe diem", es decir de aprovechar al máximo el presente, tiende a predominar.Puede entonces hacerse valer un egoísmo vital que desvincula a los viejos de su entorno humano y natural, los conduce a ensimismarse y a achicar el horizonte de su vida.Los nietos son el antídoto.Cuando nuestra vida va vuelta abajo, la de nuestros nietos va vuelta arriba.A través de nuestros nietos vivimos vicariamente una renovación del sentido de futuro, renace en nosotros una nueva esperanza y la vida readquiere horizonte amplio.Veo a mis nietas y nietos y de alguna manera siento que me prolongo en ellos.Por eso la costumbre de ponerle a los hijos los nombres de los ancestros, particularmente de los abuelos, es tan fuerte.Los nicaragüenses tienen una expresión que me hace gracia, pero que es muy reveladora.Ellos dicen al ponerle nombre a los recién nacidos que hay que "reponer" al ancestro.Es como si el lugar del ancestro quedara vacío en la cadena generacional de la vida y el niño que acaba de nacer viniera a ocupar su lugar, para que la vida bajo el nombre que le otorga su identidad continúe.Unos amigos me contaron cómo se había creado, por ejemplo, un problema en una gran familia de dicho país, porque los descendientes habían tardado en "reponer" a su ancestro, Don Fruto Chamorro, primer Presidente de la Unión Centroamericana y también de Nicaragua, por no querer ponerle un nombre tan raro a ninguno de sus hijos.Finalmente un sobrino-biznieto cumplió con la tradición.También entre mis amigos judíos sefarditas se respeta la costumbre de darle a los nietos y nietas el nombre primero del abuelo y abuela paternos y luego de los maternos.Y el abuelo por el cual el niño ha sido nombrado es quien lo carga al momento de la circuncisión, que representa el pacto entre Israel y Yahvé, renovado de generación en generación.Y como los diversos hijos están bajo la misma obligación, es frecuente que en una familia se repitan los nombres entre los primos hermanos o primas hermanas.El ser humano se rebela de múltiples maneras contra su inevitable muerte.Los nietos y nietas son una forma de continuación en la vida.Ser abuelo o abuela es apostar al triunfo de la vida sobre la muerte, es creer en que la vida humana está llamada a perdurar.¡Gracias a Dios por mis nietas y nietos, que me han hecho ser abuelo, por lo que son en ellos mismos, cada una y cada uno una persona única, irrepetible, y todos juntos mi más intensa esperanza de vida! (ariyan@sinfo.net)