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Los migrantes podrían generar el doble de riqueza para el mundo ¿por qué no lo hacen?

¿Cómo hacer que la migración sea atractiva para las democracias ricas?

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Cuando los migrantes se desplazan de un país pobre a uno rico, normalmente ganan de tres a seis veces más que antes. Foto: Fernando Llano/AP

Imagina que te ofrecen un empleo que paga el triple de tu salario actual. Pero, primero debes pasar por una puerta que está cerrada y la persona que tiene la llave no quiere abrirla. Quizá estés dispuesto a pagarle para que te deje pasar. La cuestión de si eso es justo o no es irrelevante. Esa persona tiene la llave y tú no. Si le das una parte del aumento de tu salario, los dos podrían beneficiarse.   

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Esta no es una mala analogía para describir la política migratoria a nivel mundial. Cuando los migrantes se desplazan de un país pobre a uno rico, normalmente ganan de tres a seis veces más que antes. Si todos los que quieren migrar pudieran hacerlo, el mundo sería el doble de rico, según algunos cálculos. Sin embargo, ese inmenso beneficio no puede volverse realidad, porque la mayoría de los posibles migrantes se ven obligados a quedarse en donde están. La puerta está cerrada, y los votantes de los países ricos tienen la llave. 

¿Se podría abrir la puerta? Casi nadie lo está considerando. En cambio, el debate en los países prósperos gira en torno a infundir el miedo y moralizar la situación. Los nacionalistas desde Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, hasta Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, retratan a los inmigrantes como una amenaza para la cultura, los salarios e incluso las vidas de los nacionales. Por otro lado, los liberales a favor de la migración de inmediato juzgan a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos como racistas, y con consignas que casi parecen diseñadas para alejar a los electores. Varios demócratas en Estados Unidos no hablan de reformar sino de abolir el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés), la agencia encargada de hacer cumplir las leyes migratorias.

Un enfoque más pragmático sería pensar en términos de costos, beneficios y cómo estos podrían distribuirse. Los mayores beneficiarios de la migración son los mismos migrantes, que ganan mucho más y, en muchos casos, escapan de la opresión y el sexismo. Sus países de origen se benefician del dinero que ellos envían a casa y el conocimiento que llevan consigo cuando regresan suele compensar con creces la “fuga de cerebros”. 

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Los beneficios de los países anfitriones también son considerables. Los inmigrantes pueden revisar pulsos, escribir códigos y ayudar a empresas locales a hacer negocios con sus países natales. Es dos veces más probable que los migrantes emprendan un negocio que los nativos de un país, y son tres veces más proclives a patentar una idea. Los inmigrantes obreros prestan servicios más baratos de plomería, cuidado infantil y entrega de paquetes. Según algunos cálculos, el 83% de los trabajadores originarios de países ricos se benefician de la inmigración. Quizá los migrantes provoquen una reducción en los salarios de los trabajadores nacionales con habilidades similares, pero el efecto es tan pequeño que los economistas no están seguros de que exista.

El costo más grande de la migración es el más difícil de medir. Es cultural. A muchas personas les gustan sus sociedades tal y como son. A algunas se les eriza la piel cuando escuchan un idioma extranjero en el autobús, o cuando una mezquita remplaza un bar. Como los migrantes tienden a agruparse, algunos lugares cambian con una rapidez incómoda. Estos sentimientos son exacerbados por demagogos que exageran de manera desmesurada la amenaza que representa una minúscula minoría de migrantes, en particular, en materia de delincuencia.

Superar estas objeciones será difícil, pero no imposible, si los encargados de formular políticas toman en cuenta cuatro principios. Primero, el control fronterizo es importante. El electorado, con toda razón, no puede atenerse al caos; los gobiernos deben establecer y hacer cumplir normas para determinar quién ingresa al país. Segundo, los migrantes deben pagar por su estancia. La mayoría ya lo hace, pero es crucial que se diseñen políticas que potencien eso y les faciliten trabajar arduamente, al menos durante un tiempo, para que puedan solicitar prestaciones de asistencia social.

Tercero, ser creativos. El sistema “basado en puntos” de Australia a menudo recibe elogios, especialmente por parte de los partidarios del brexit. Favorece a los migrantes que son jóvenes, hablan inglés y tienen habilidades útiles. Es rápido, transparente y hospitalario. Al mismo tiempo, Australia excluye sin piedad a cualquiera que intente entrar al país sin permiso. Los australianos, en su mayoría, apoyan este sistema porque sienten que lo controlan.

También vale la pena probar otros sistemas más basados en el mercado. Los países podrían subastar visas para los más adinerados. Además, aquellas naciones que aún no puedan hacer una oferta podrían permitir el ingreso de más migrantes, pero aplicar impuestos adicionales a sus salarios durante un periodo, y transferir el dinero a los ciudadanos. Si este es el precio de entrada, muchos migrantes optarán por pagarlo. Y si los votantes ven un beneficio relacionado con la inmigración, quizá no les moleste tanto la nueva mezquita.

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Cuarto, el ritmo importa más que los niveles absolutos. La resistencia política hacia los migrantes aumenta con las oleadas repentinas de inmigración. En 2015, la inmigración neta en Alemania tuvo un incremento de más del doble a casi 1,2 millones, lo cual provocó una reacción negativa. No obstante, el porcentaje de la población que nació en el extranjero es del 16%, en comparación con el 29% en Australia. Esto demuestra que un país con políticas sensibles puede tener casi el doble de apertura a la migración que Alemania, sin percibir ni un atisbo del desastre que predicen los nativistas. Al contrario, Australia tiene una tasa de homicidios más baja que Alemania, sus habitantes viven más tiempo y no ha entrado en una recesión desde 1991. Muchos australianos se quejan de la aglomeración en las ciudades más populares para los migrantes, pero esto se puede arreglar con los impuestos que pagan esos migrantes.

Si el flujo es constante y ordenado, y si se motiva a los recién llegados para que puedan sustentarse solos y adaptarse a la cultura anfitriona, la inmigración puede ser más elevada de lo que permiten actualmente la mayoría de los países acaudalados. El 45% de los habitantes de Singapur nació en el extranjero, y es sinónimo de una tranquilidad próspera. Los países pueden abrir sus fronteras de manera gradual, bajo ciertas condiciones, y cambiar el curso si lo desean.

La atmósfera antiinmigrante que se vive hoy en día hace que todo esto parezca poco probable. Lejos de abrir la puerta, muchos gobiernos occidentales le están poniendo doble candado. Sin embargo, esto crea una oportunidad para que otros se queden con los mejores intelectos rechazados por el chovinismo, atraigan a los migrantes más emprendedores y se conviertan, una vez más, en una tierra de oportunidades.

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