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Se hacen tatuajes por amor

Varios signos y símbolos tatuados indicaban el rango de un miembro de una pandilla dentro de su organización o los crímenes que había cometido, pero ahora las cosas han cambiado.

Alexandra E. Petri - Publicado:

Los tatuajes, antes rasgo identificador de las pandillas violentas, son hoy populares entre ciudadanos comunes. Foto/ Daniele Volpe para The New York Times.

TEGUCIGALPA, Honduras — Ruth Pineda se paró de espaldas al espejo, revelando un nuevo tatuaje: un corazón. Dentro de él había tres delfines saltando sobre el mar al atardecer.

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“El delfín grande soy yo —la mamá— y los dos pequeños son mis hijos”, explicó.

Es su primer tatuaje, y es algo que la maestra de 43 años quería hacer desde hace casi 20 años.

Durante décadas, los tatuajes no sólo no se usaban en Honduras, país religiosamente conservador. Eran tabú, un rasgo identificador de pandillas mortales como la Mara Salvatrucha, más conocida como MS-13, y la pandilla Barrio 18.

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Esas pandillas son dos de las principales fuentes de la violencia generalizada en el país que ha enviado a muchos migrantes hacia el norte.

Varios signos y símbolos tatuados indicaban el rango de un miembro de una pandilla dentro de su organización o los crímenes que había cometido.

A principios de la década del 2000, el Gobierno aprobó una legislación para aplicar mano dura contra la actividad delictiva. Los tatuajes se convirtieron en un blanco importante para la Policía, interpretados como prueba de que alguien pertenecía a MS-13 o a Barrio 18.

Los miembros dejaron de hacerse tatuajes. O sólo se tatuaban en lugares poco visibles.

Pero en los últimos años, los tatuajes se han vuelto más comunes, ayudados por su exposición ubicua en la cultura pop global.

“La gente comenzó a ver los tatuajes como una moda a seguir”, dijo Mei Lan Quan, una de las primeras mujeres tatuadoras en Tegucigalpa, la capital.

Cuando Quan, conocida por su nombre artístico Elephanta Tattoo, abrió su primer negocio en el 2011, sólo tenía cinco o seis clientes por semana. Ahora tatúa a seis o siete personas en un sábado muy concurrido.

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La mayoría de los primerizos se hacía tatuajes pequeños, dijo Juan Carlos Pulido, un tatuador de 38 años de Nicaragua. Pero recientemente ha notado que la gente se hace tatuajes más atrevidos y grandes.

Cuando llegó al país, Pulido dijo que casi nunca mostraba los tatuajes de sus brazos, pero ahora usa manga corta. “La gente está empezando a ver la diferencia entre los tatuajes artísticos y los relacionados con pandillas”, señaló.

Para algunos, los tatuajes son una conexión con una familia separada por la migración.

Jesús Martínez, cocinero de 27 años que trabaja en una pequeña pizzería de la capital, tiene el rostro de su madre tatuado en el interior de su antebrazo derecho.

“Es una manera de presentarle a la gente a mi mamá”, dijo Martínez. Ella se fue a Estados Unidos cuando él tenía 2 años, y no la volvió a ver sino hasta los 12 años.

La gente se le queda viendo, admitió Martínez, porque el estigma de los tatuajes no ha desaparecido del todo. Pero eso no le impide usar camisa de manga corta.

Algunos cristianos ven los tatuajes como un pecado.

“Ante los ojos de Dios, no es apropiado hacerse un tatuaje”, dijo Glenda Suazo, de 49 años, una cristiana evangélica que trabaja en el Ministerio de Salud.

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Y sin embargo, ni siquiera ella es inmune al encanto.

Sacó su teléfono y mostró fotos de su perra, Puky, que murió en agosto pasado a los 15 años.

“Tuve a Puky desde que tenía 45 días”, dijo. “He pensado que me gustaría hacerme un tatuaje de la huella de su pata”.

Leah Varjacques contribuyó con reportes a este artículo.

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