Consejos oportunos

Consejos oportunos
No desprecies a nadie. El desprecio es un latigazo en el alma de un ser humano, una ofensa, un empujón a la nada, un degradar a una persona, echarla a un lado, hacerla sentir que no vale nada, que mejor no existiera. Es un brote de epidemia mortal emocional que sale del corazón de alguien y que contamina el alma de otro reduciéndola a un ser de segunda. Toda persona que desprecia sitúa al otro a un lugar de periferia, de marginación. El que desprecia se hace un gran daño a sí mismo, porque está ofendiendo y separándose del Creador de todo, que ama al despreciado porque está hecho a su imagen y semejanza, y es su hijo también.
No odies a nadie, porque en el fondo estás deseando la muerte, la aniquilación del otro. Te estás convirtiendo en un asesino en potencia. El que odia está buscando siempre el daño del otro aunque no lo materialice. Está deseando la desaparición del otro. Y al odiar te haces daño a ti mismo porque te envileces, te vas envenenando de maldad, de energía negativa, y comienzas a experimentar los malos sentimientos de los asesinos que planean la muerte de alguien, y aunque nunca mates a nadie, en tu alma lo has asesinado. Eres un criminal.
No engañes a nadie, porque te conviertes en aliado del padre de la mentira que es Satanás. Si tu mentira hace que el otro pierda bienes materiales, posición social, visión auténtica de la realidad; si hace que quede desorientado, confundido y así caiga en trampas, estás dañando tu alma, te haces artífice y cómplice de la desgracia del otro. Al empujarlo al abismo de la oscuridad se estrellará y tú tendrás que pagar en el juicio final por tu maldad. Nuestro Dios no quiere tinieblas.
No envidies a nadie, porque la envidia hace de la persona un ser muy bajo, que al ver el triunfo o la virtud del otro, recuerda su propia mediocridad, por qué no ha triunfado, o por qué no ha desarrollado tal cualidad. La envidia corroe el alma, hace a la persona un ser malvado que se alegra cuando el otro sufre, y se enoja cuando el otro está bien. La envidia hace que la persona pueda inventar falsos para enlodar la fama del otro. Se ponen argumentos baratos y dañinos que desmeritan los triunfos y valores del otro. Cuando envidias estás reprochándole a Dios que hace todo bueno el que le diera dones y carismas a esa persona. Estás protestándole y cuestionando a Dios el cómo reparte sus bienes personales en la tierra. Más bien ocúpate tú en reconocer tus dones y carismas y desarróllalos. Y alégrate por los triunfos del otro.