Nuestra relación con Dios
A él lo puedo encontrar en mi próximo, en los que más sufren, en la Eucaristía, en la Palabra, en la comunidad, en mí mismo. Él siempre nos lleva al Padre, ya que al pagar el precio del rescate con su sangre, nos rescató del pecado y de la muerte eterna...
Ese Cristo vivió en la tierra y es mi modelo en todo, y oyéndolo a Él escucho lo que Dios quiere para mí. Sé que todo lo hizo por mí, y que puedo permanecer en su corazón, experimentando su presencia plena y hermosa. Foto: Freepik.
Todos fuimos creados con un propósito, para ser alabanza de la gloria de Dios, para entablar con él una historia de amor única, personal, original. Fuimos creados para vivir una relación preciosa, profunda, intensa, maravillosa de amor con el Creador. Y como él es Padre, Hijo y Espíritu Santo, nuestra relación con Dios tiene tres vertientes igualmente importantes.
Con el Padre, nuestra relación es filial, como la de un hijo con su papá, que sabe que será protegido, cuidado, amado de manera incondicional. La parábola del hijo pródigo nos hace ver hasta dónde llega ese amor paternal, de perdonar todo lo malo hecho, y de amar siempre de la misma manera.
El Padre nos ha destinado en su Hijo Jesucristo a que seamos con él herederos del cielo. Nos tiene preparada una mansión celestial que es su propio corazón donde viviremos eternamente con él. Jesús llegó a vivir una relación tan íntima y profunda con su Padre, que lo llamaba papá o papacito. Con una confianza total en él.
Con Jesucristo, el Verbo Encarnado, nuestra relación es la de un hermano con quien es el mayor, hombre como nosotros, que vivió todo y padeció como nosotros, pero sin jamás cometer pecado alguno.
Es un ser humano, pero que también es Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, siendo esto la novedad más grande, ya que ese que murió por mí en la cruz, que derramó su sangre para salvarme, es Dios como el Padre, y me ama con un amor incondicional.
Ese Cristo vivió en la tierra y es mi modelo en todo, y oyéndolo a Él escucho lo que Dios quiere para mí. Sé que todo lo hizo por mí, y que puedo permanecer en su corazón, experimentando su presencia plena y hermosa.
A él lo puedo encontrar en mi próximo, en los que más sufren, en la Eucaristía, en la Palabra, en la comunidad, en mí mismo. Él siempre nos lleva al Padre, ya que al pagar el precio del rescate con su sangre, nos rescató del pecado y de la muerte eterna, y nos recoge, nos reúne, y nos entrega a nuestro papá del cielo.
Y qué lindo saber que el Espíritu Santo nos envuelve, nos ilumina, nos inspira, nos mueve a buscar a Cristo y al Padre. Nos impulsa a hacer el bien, a transformar este mundo en un mundo mejor.
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El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y es quien mueve a toda la creación a ser alabanza de la gloria de Dios. Qué hermoso es vivir dentro del misterio de la Santísima Trinidad y para siempre. Qué dicha gozar de este privilegio único. Amén.
Monseñor.