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Un viejito entre el gentío

Laurita esperó ser recibida por una secretaria y al abrirse la puerta, su corazón se detuvo por breves segundos, se puso tan pálida que Agapito le dijo: Te lo dije un día, que primero te morías tú de un infarto que yo perderme por ahí.

Bernardina Moore opinion@epasa.com - Publicado:

Agapito vivía con una hija, era jubilado y aparentemente tenía un problema de salud, principio de Alzhéimer.

Casi amaneciendo, dormida me veía parada entre mucha gente como esperando transporte, no en una parada exactamente sino un poco apartada.

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De pronto sentí que me agarraron de la mano,  miré y un viejito me tenía apretada la mano y no me soltaba, tuve que decirle, ¡suélteme por favor!

Y me apretaba más, me zafé como pude y me miró como asustado y se congeló la imagen.

Cuando desperté y al verlo ahí, con su camisa verde, en mi mente me dije:  diosito, ¿por qué? 

¿Qué  le pasará a este viejito?

En fin, ya conozco el patrón a seguir. 

Me fui a misa, al regresar almorcé  y les comparto.

Agapito vivía con una hija, era jubilado y aparentemente tenía un problema de salud, principio de Alzhéimer en fase incipiente, todavía no era un problema; no obstante, de vez en cuando no recordaba dónde vivía, imagino que así le pasaba cuando se encontró conmigo y no me quería soltar.

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Laurita entró, tiró, su bolso en el sillón y empezó su acostumbrado grito: ¡Papáaaaa! ¿Dónde estás?

Este viejito está buscando que lo encierre, se dijo para sus adentros.

Como a la media hora, llegó Agapito, fresco como una lechuga.

¿Dónde estabas?  ¿Quién nació primero, tú o yo señorita?

¡Papá, no puedes andar solo por ahí, por Dios!

¡Ah, ya sé, el bendito Alzhéimer!, déjame decirte que primero te mueres tú de un infarto que yo perdido por ahí, ¡jajajaja!

Y se fue a su habitación.

Ese día, Agapito se propuso poner a prueba el amor de su hija, después de cenar se acostó y se durmió enseguida.

Despertó muy temprano antes que Laurita, hizo café y se marchó.

Se puso a buscar lo que quería lo encontró y lo compró.

Hizo lo que tenía que hacer y feliz se regresó a su casa y ya estaba su hija con la paranoia, la miró movió la cabeza de un lado para otro y la dejó sola.

Él sabía o presentía que la obsesión de ella era meterlo en una casa para ancianos y no privarse de llevar la vida como a ella le gustaba en afán con sus amistades sin la preocupación de estar pendiente de él.

Y al día siguiente mientras desayunaban le preguntó, hecho el inocente: oye Laurita, y, ¿ya le dijiste a tu mamá lo que piensas hacer conmigo?

Ella extrañada le dijo: ¿A mi mamá? 

Hace rato se mudó para el otro mundo, dudo que se pueda enterar de lo que pase entre tú y yo.

¡Ya esto es el colmo!

Hoy mismo resuelvo esto, dijo mirando fijamente a Agapito que le untaba mermelada a una tostada con la mayor indiferencia.

Al terminar el desayuno, Laurita dijo a su papá: Oye pá’ esta noche cuando regrese vamos a tener una conversación los dos, ¿vale?,  está bien jovencita, le contestó.

Esa noche cuando llegó, su papá no había llegado todavía, después de cenar se puso a esperarlo viendo tele.

Como a la hora entró el esperado.

Papá, te dije que esta noche hablaríamos, ¿estabas perdido verdad? 

Con ironía contestó: sí fíjate que me acaban de traer de la Patagonia.

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Bueno voy al grano.

Creo que esta situación no puede seguir, tú necesitas que cuiden de ti porque yo, lamentablemente, no puedo por mi trabajo y buscar a alguien que lo haga aquí es por gusto, así que muy a mi pesar voy a llevarte a un hogar donde estarás bien atendido y tendrás muchos amigos y, se le quebró la voz.

Su padre la miraba fijamente sin parpadear, y le dijo: acepto con la condición de que yo escoja el hogar donde pasaré el resto de mi vida.
Ella lo miró extrañada y dijo: está bien, así será.

Luego te digo para que me lleves. Ok Pá'.

Al día siguiente, Apapito se entrevistó con el director o presidente de una organización que presta estos servicios, muy conocido suyo, y le explicó lo que pensaba hacer y necesitaba su ayuda.

Aceptó y Agapito le comunicó a su hija dónde quería ir, ella estaba admirada de la actitud de su padre, solo se dijo: mejor que lo tome así, será más fácil.

Al día siguiente, Agapito se instalaba en su nuevo hogar.

Pá’ cuando pueda te vengo a ver.

Pasó un mes y nunca la vio supo que había llamado un día para saber como estaba.

Agapito, abogado de profesión, había comprado ese día que salió temprano un pequeño local, lo acondicionó usó un seudónimo y durante la semana atendía clientes hasta cierta hora del día y regresaba al hogar a compartir con los residentes que vivían ahí.

Después de unos tres meses recibió una visita de su hija,  que lo besó y le dijo: ¿cómo estás Pá’?

La miró de arriba abajo y le preguntó: perdón, pero ¿quién es usted?, ¡tu hija! ¿hija?

 Llevo como tres meses aquí y hasta ahora me entero que tengo una hija.

Pá’ yo he llamado para saber cómo estabas.

¿Sí?  ¿Cómo no la vi nunca por aquí.? 

Ella lo miró, con una mezcla de compasión con algo de incertidumbre, como a la media hora se despidió.

Un día, un amigo le comunicó que tenía un problema legal y no conocía un abogado bueno.

Laurita le dijo: he oído hablar de uno que dicen que es lo máximo, no lo conozco.

Oye, por qué no me acompañas a verlo.

Ok, le dijo ella.

Acordaron día y hora.

El día llegó y ahí estaban entrando al edificio, a Laurita le encantó lo acogedor del lugar y le comentó a su amigo: este hombre para ser abogado tiene un gusto muy cálido por el aspecto de este lugar.

Llegaron y tocaron a la puerta.

Laurita esperó ser recibida por una secretaria y al abrirse la puerta, su corazón se detuvo por breves segundos, se puso tan pálida que Agapito le dijo: Te lo dije un día,  que primero te morías tú de un infarto que yo perderme por ahí

Sorpresas te da la vida, dicen unos versos de una canción, y se reía invitándola a pasar.

Escritora.

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